Una reflexión para los que prosperamos en la intensidad.
Desde que empezó la retrogradación de Marte, allá por octubre de 2024, empecé un proceso de des·armar múltiples fuentes de apego en las que me estaba apoyando y que según mi intuición estaban siendo limitantes para el despliegue de mi propio camino.
La vida heroica no es para todos. No es para todos detonar un paraíso para ir a buscar algo nuevo sin certeza alguna de si lo que se va a encontrar es acaso eso que se soñó. Lo que sí es para todos los que estemos en un viaje de individuación: el coraje de saber que la vida no se trata únicamente de conservar lo obtenido sino, muchas veces, de arriesgar lo obtenido en pos de un bien mayor. ¿El bien mayor? saber quiénes somos, saber de qué somos capaces, saber cuál es nuestra fuerza.
Este proceso no lo podría haber sostenido de no ser por los años que dediqué a fortalecerme psíquicamente, a conocer mis límites y mis posibilidades y a cultivar la certeza de que en efecto tengo la fuerza suficiente para atravesar el dolor momentáneo, como forma de crecimiento. Cuando hablamos de Marte como fuerza motivadora y abridor de caminos, olvidamos hacer mención de que Marte también rige el ámbito del dolor. Marte tradicionalmente era patrono de médicos y cirujanos, pues gracias a su acción cortante -y necesariamente dolorosa- permitía liberar al cuerpo de enfermedad, abriendo camino a la posibilidad de la sanación. Un ejemplo menos radical que una amputación o una extirpación, y más a tono con la experiencia que aquí les relato, es el dolor post-entrenamiento, es decir, las micro-fisuras musculares que darán lugar al fortalecimiento muscular.
El caso es que Marte como función puede ser utilizado no solo cuando nos encontramos ante una situación que claramente evidencia enfermedad. Si estamos en un viaje de individuación, Marte es la función que nos permite auto·desafiarnos a ir más allá de lo conocido, aún cuando esto no sea vitalmente necesario en lo humano, pero sí imperioso en lo espiritual.
La vida heroica no es para todos, pero sí es para todos encontrarnos en ciertos momentos de nuestra vida ante el coraje de confrontar nuestras sombras cuando el pulso del deseo nos guía hacia lo nuevo y la inercia de lo no resuelto nos tracciona hacia el confort de lo conocido.
Les comparto un poema que escribí hace un par de meses para ilustrar los desafiantes territorios que tuve que transitar a raíz de mi decisión de soltar estas fuentes de apego:
Estoy que me desarmo
que me arrugo
que me sangro
estoy que aullo
que al infierno voy
que del infierno salgo
que me revuelco
del dolor
que el corazón
me ardo.
Hace tanto no dolía
así
como animalita buena
así
como fiera deshecha
así
como fuego en una flecha
así
temblando de frío
pidiéndole al destino
por favor, que estés conmigo.
Mi labor como astróloga, guía y partera de procesos de creación de propósito, se asienta en la no-decoración de los tránsitos de crecimiento. Crecer muchas veces puede desplegarse en el lento pero persistente construir, y muchas veces puede desplegarse en el rápido y turbulento detonar. Hay que encontrar el equilibrio, el propio ritmo de construcción y destrucción, y claro que el ojo agudo, la presencia encarnada y la intuición despierta para saber cuándo es momento de cada cosa.
Hay quienes prosperamos particularmente en la intensidad. Hay quienes podemos desmantelar nuestra vida en un segundo para parir una vida nueva. A ellos dedico este escrito, a quienes se atreven a saltar al abismo siguiendo su estrella. Aún sabiendo que en el salto hay dolor que atravesar, y que se batirán a duelo las fuerzas de la inercia de lo conocido contra las fuerzas del deseo por lo nuevo. Es para valientes atestiguar esa lucha.
A medida que fui emergiendo de ese pequeño infierno que yo misma invité para ver mis sombras, empecé a recuperar el aire, la quietud, y la calma. Y me sentí aburrida. Me sentí estéril. Se apagó el apasionamiento. Finalmente había llegado, había plantado bandera en una nueva realidad de mí, una realidad en la que soy guerrera de piel dura y con los ovarios bien puestos, siempre lista para la aventura, y el combate con todo aquello que se pusiera en mi camino. Pero cabe mencionar que me desensibilicé, que me volví un poco más estoica de lo que me hubiera gustado, y que ahora observo con desapego los hilos que antes me llevaban de paseo a una turbulencia emocional sin reparo. Y extraño la intensidad. Porque en esa intensidad había hecho identidad, y ahora que me veo recia y estable, me desconozco.
Es necesario. Son momentos. La intensidad volverá. Y nos volverá a abrir el corazón en dos. Nos volveremos a enamorar, volveremos a duelar. Pues estos son los ciclos de orgánicos de la vida.
Conocerme en la calma y en la firmeza de mí misma, por primera vez en mi vida, me permitió comprender en una capa más de profundidad los aprendizajes de mi ascendente en Tierra, me permitió comprender en una capa más de profundidad lo necesario que es introyectar la función saturnina para poder construir la vida que sueño, me permitió comprender en una capa más de profundidad que la valentía se cultiva en acto, y me permitió comprender aún más profundo, que luego de la batalla hay que hacer lugar para el descanso.
El domingo Venus y Marte perfeccionan un trígono de agua que nos invita a honrar el recorrido hecho, más o menos turbulento, más o menos doloroso, recorrido propio al fin, descenso a nuestras propias aguas, alquimia de las profundidades, transmutación de las historias kármicas que aún nos atan. Lo honramos dejando asiento, así como hago yo aquí con este escrito, lo honramos dándonos descanso y regeneración, aunque se sienta poco estimulante, lo honramos recibiendo incondicionalmente a ese guerrero que somos, con el amor incondicional de la sacerdotisa que también en nosotros habita.